Empiezo a escribir este texto en las notas de mi móvil durante la Semana del Arte en Madrid, una semana que nos deja a todos agotados y saturados de ferias, eventos, aperturas y propuestas que parecen multiplicarse a cada paso. La conversación recurrente —esa que se repite entre los pasillos de las ferias entre risas cansadas y miradas atónitas— es: «Madre mía, qué locura todo esto». Sin embargo, seguimos corriendo de un stand a otro, de una feria a otra y asistiendo a todos los eventos y cenas a los que nos invitan, aunque no podamos más, nos duelan los pies o apenas nos quede voz, siempre con la sensación de FOMO de que nos estamos perdiendo algo.
Mientras recorro los pasillos de ARCO, me asalta la misma pregunta: ¿qué permanecerá de todo esto dentro de unas semanas, cuando la ciudad retome su ritmo habitual o ya estemos en otra inauguración, despidiéndonos apresurados porque llegamos tarde a otro evento? ¿Cómo dejar huella en un contexto cada vez más fugaz, donde la inmediatez parece devorarlo todo?
Esta pregunta me hace pensar en una conversación que tuve con Eloy Arribas, quien en ocasión de su proyecto El Palacio me decía: «Esta serie puede continuar sin mí». Hablamos de esa necesidad de trascendencia que, pese a la aparente imposibilidad del presente, algunos artistas siguen intentando alcanzar —un impulso similar al que llevó a los primeros hombres primitivos a marcar las paredes de una cueva como forma de afirmar su presencia y apropiarse del entorno.
Ante la aparente imposibilidad de dejar rastro en el contexto actual —donde imágenes, objetos y gestos se ven absorbidos por un flujo incesante de información, transformación y sobreproducción— algunos artistas redirigen ese impulso hacia nuevas estrategias: no se trata de oponer lo transitorio a lo permanente, sino de generar conexiones que permitan dialogar y resignificar el tiempo.
En El estanque, Eloy Arribas acumula huellas y capas en un palimpsesto en constante evolución. A diferencia de proyectos anteriores, sus dibujos se borran progresivamente hasta desaparecer, evocando una memoria que se olvida.
Grip Face traslada esta exploración al ámbito digital, donde la identidad se descompone y configura sin cesar. Su obra revela cómo el avatar opera como refugio ante la ansiedad contemporánea y cómo la imagen nunca se fija, sino que se diluye en un flujo inagotable de datos.
La instalación de Emma Adler cuestiona la estabilidad de la imagen en un contexto de constante fragmentación y reconstrucción informativa, convirtiendo superficies aparentemente sólidas en territorios inestables donde se difumina la frontera entre lo físico y lo digital.
En Abrigos para cuerpos sin forma (María Alcaide) y Afloat (Daniel Hoëlz), el gesto artístico resignifica la materia mediante intervenciones que extraen objetos cotidianos de su contexto y los reinsertan en nuevos ciclos de uso, transformación y obsolescencia.
El díptico Magic de Jorge Morocho fusiona un boceto de My Little Pony con la palabra «mágica» realizada en stencil sobre bolsas de papel, reflexionando sobre memoria generacional, transformación del objeto y fugacidad de las tendencias visuales.
Las pinturas de Jan Vallverdú y Marcus Nelson exploran la tensión entre lo primitivo y lo fugaz. Nelson emplea la boca como símbolo del impulso primario —reír, morder, gritar, besar— en pinceladas gestuales que oscilan entre orden y caos; Vallverdú abraza la inestabilidad de la forma al permitir que el cuerpo se derrame más allá de sus límites.
En The Viewer, Irving Ramó vincula gestos reiterativos con batallas heroicas del pasado para mostrar cómo la violencia y el sufrimiento se actualizan y perpetúan en el tiempo.
Emerging from the Wall de Chavis Mármol presenta formas que emergen de la pared, evocando la tensión entre fragilidad y resistencia del mundo natural y recordándonos que la impermanencia deja huella en nuestra percepción y memoria.
Levantamientos propone un espacio donde el gesto se manifiesta como posibilidad de reescritura y transformación. Las obras reunidas operan como umbrales de tránsito: cada huella, trazo, objeto y ausencia abre nuevas posibilidades de significación, explorando la tensión entre lo efímero y lo permanente y la capacidad del arte para integrarse en un tejido de relatos que resista la inmediatez del presente.
Texto por: Maria Garcia Márquez